¡No más fanatismos, no más
intolerancias,
no más sembradores de aversión y caos!
No hay duda que dos de los
males que más daño le han hecho a la humanidad en todos los tiempos y en todas las generaciones son: "El
Fundamentalismo Religioso y la Superstición". Entiéndase por FUNDAMENTALISMO
RELIGIOSO: “la sublimación fanatizada de un dogma, una idea o un concepto
(concebido como "infalible", "sana doctrina",
"voluntad de Dios") que se pretende imponer a todos los hombres so
pena de ser condenados y devorados por un Dios justiciero de quien -alegan sus
representantes- procede su fe”. Y por SUPERSTICIÓN: “el rebajamiento
de la razón y su sometimiento a ideas y creencias esencialmente subjetivas e
irracionales, carentes de validez científica y racional”.
Tanto el FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO como la SUPERSTICIÓN pueden considerarse “credulidad ciega” y un claro “estado de irreflexión”, que induce a hombres y pueblos enteros a cometer los más alocados y funestos desaciertos contra sí mismos, contra sus familias, contra sus semejantes y contra todo lo que les rodea. Ambos morbos conducen a sus dirigentes y adeptos a creerse más “sabios” y “santos” que las demás personas y, por ende, a menospreciar a aquellos que no los siguen o no comparten sus extravíos, tildándolos de "herejes", "apóstatas" o "seres descarriados" y otros epítetos propios de su jerga despectiva.
Creerse “dueño de la verdad
absoluta” y execrar a los demás por no ser parte de sus creencias es
verdaderamente la madre de la estupidez y la barbarie, un atropello a la
dignidad del ser humano y a su libertad de consciencia. Los seres fanatizados, si
pudieran “ajusticiar” a los que ellos llaman “infieles”, no dudarían en hacerlo.
Si estuviera en sus manos confinar a la ignominia y a la vejación a esos que ellos llaman "descarriados", no tardarían un instante en llevarlo a cabo. Son despiadados en sus
adentros, sembradores de odio y devastación moral, familiar y social.
Salvaguardan más sus “creencias” que al mismísimo ser humano, aunque ese ser humano
sea su propio pariente o hermano.
¡Ay de aquellos que se exaltan
como “maestros” de una verdad absoluta que dicen poseer de Dios, y
cunden al mundo con sus enfermizos y ponzoñosos credos! ¡Ay de aquellos que apelando a
la crítica despiadada, a la calumnia, al chantaje y a la coacción se imponen
como “guías infalibles” a sus ávidos discípulos!
¡Ay de esos que llamándose
“tutores” de las nuevas generaciones, educan a su gente para la ofensa y la desconsideración!
Sé que llegará un día,
glorioso día, en el que todos los seres humanos veremos las cosas tal como son, sin
ambigüedades ni encerronas mentales, sin maestros controladores de por medio,
sin fanatismos, sin fanfarronerías ni delirios de grandeza, solo con la diáfana
luz del entendimiento.
No me resta sino decirles,
ajuiciados lectores, que se alejen de los postizos “adalides de la fe”, esos
que pretendiendo construir al mundo, lo destruyen, y que tratando de guiar a
sus partidarios a la “Luz y la Libertad”, los arrastran a la más espantosa
irreverencia y desacierto, tornándolos en aborrecedores de Dios, de la vida y
de sus congéneres.
¡No más
fanatismos, no más intolerancias, no más sembradores de aversión y de caos! ¡Que viva la dignidad de los
seres humanos, con sus virtudes y desatinos!
¡Que vivan los pueblos con sus
declives y grandezas!
MSc. Lcdo. Alfredo Zambrano G.
Orientador en Sexología
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